lunes, 5 de enero de 2009

Magee, Kevin




Kevin Magee fue la estrella del CAI Zaragoza en aquel año 1983, el de la primera copa del Rey. Mi padre siempre me contaba que la imagen que más le impactó fue ver a Magee desatado tocando el bombo de, claro, Manolo el del Bombo en el pabellón del Huevo. Mi padre decía que era un jugador excelente, que el CAI había ganado aquel partido por él. Años después encontré en una vieja revista de baloncesto (no, no era el Gigantes del Basket, era algo todavía más extremo, más de la efervescencia de la ACB de finales de los ochenta y comienzos de los noventa) las estadísticas de aquel partido y tampoco es que se hubiera salido anotando ni reboteando. Mi padre también aseguraba (estoy seguro que esto era medio en broma, pero nunca se sabe) que la gente contaba que Magee se metía rayas de cocaína en los descansos. Eso es anatómicamente imposible por muy bueno que seas, no creo que ni el Diego ni Julio Alberto lo llegaran a hacer nunca. Después Magee se fue a ganar dolares israelíes y copas de Europa con el Maccabi Tel Aviv, aunque las dos finales que le vi se las llevó la Tracer de Milán de McDoo y esa especie de Beatles yugoslavos que era la Jugoplástika (pero si es que hasta el que llevaba las toallas acabó siendo máximo anotador en la liga española con el Breogán de Lugo), después dejaron de ser yugoslavos y empezaron a ser croatas, pero esa es otra historia. Se llamaba Ken Barlow, el segundo americano del Maccabi, un tres con recorrido que el Barcelona estuvo tratando de fichar un par de años. Dentro de la pintura se las arreglaba Magee con un destacamento norteamericano con pasaporte judío (Lavon Mercer, otro grande). Que el CAI ganara aquella copa del 83 marcó a una generación, a dos generaciones, a casi todas las generaciones hasta que los guerrilleros de Julbe fueron eliminados en cuartos aquella última temporada. Una noche acabamos en casa de una compañera de laboratorio (por aquel entonces trabajaba en la Facultad de Ciencias), que compartía piso con una francesita preciosa, de película (y que tenía un novio, que volviendo a las analogías baloncestísticas, le llamábamos George Muresan, un rumano de 2.31 metros-por qué me acordaré de esos detalles-que jugaba el Pau Orthez y luego, mientras las rodillas le aguantaron dio guerra en la NBA, era más potente que Manute Bol), me acerqué con algunos aliados Margot (Salmón, Pata, Pina, JV...) y mientras asimilábamos que había pocos temas que manejar encontramos entre las estanterías de aquel piso alquilado enfrente de la estación del Portillo (por entonces salían y entraban trenes todavía, incluso funcionaba la sede de correos que había al lado) un extraño libro escrito en caracteres cilíricos, los escrutamos con atención y acabamos descubriendo que era un cuadernillo que la gente del Zalguiris Kaunas (el equipo lituano donde jugaban, entre otros, los míticos Homicius y Sabonis) entregaba por cortesía a cada equipo que jugaba competiciones europeas con ellos. Algo raro estaba pasando, qué hacía un ejemplar de la historia del equipo de la URSS (cuando se publicó era soviético, soviético) en aquella casa. De pronto encontramos en una de las paredes del salón una foto enorme, en blanco y negro, de las celebraciones de aquella final del 83, aparecía hasta Paco Binaburo en una esquina. Lo primero era descubrir qué hacía todo esa parafernalia allí, lo segundo asumir que las mujeres eran capaces de captar la atención de absolutamente todas las neuronas disponibles de aquella panda de aprendices de culturetas que nos impregnábamos en ron y whisky con absoluta desesperación. Coño, que estaba bien grande, colgada en una de las paredes donde tenía lugar el pequeño guateque postmoderno y desesperado al que habíamos acudido. Me acabé enterando que aquel piso era de Rafa Sansegundo, un muchacho altísimo, de los que el CAI reclutaba en las famosas operaciones altura (si llegaba hasta una señal marcada en la pared podías ser válido, los límites eran puramente anatómicos, nada de necesidades técnicas, todo eso se puede aprender) y que había sido el noveno o décimo jugador de aquella plantilla. El chico había muerto de una leucemia galopante y su madre había alquilado el piso a mi compañera con la única condición de que no quitara ninguno de los recuerdos de su hijo. Allí estábamos, en la casa de uno de los ganadores de la Copa del Rey del 83. Nos costó poco encontrar la reproducción del título, una pequeña copa que se llevó cada uno de los miembros del equipo y que se había quedado olvidada en uno de los estantes del salón. No nos hicimos ninguna foto (entonces no había móviles con cámara y nadie salía con las digitales a la calle, con lo caras que eran) pero estoy casi seguro de que nos la fuimos pasando y la sostuvimos unos instantes. Cuando nos íbamos tuve que cachear a Pata y sacarle de debajo de la chaqueta la copita (sí, ahora es un hombre casado, pero eso de beber no era solo, claro) antes de que, en un arrebato mitómano, la hurtase. Kevin Magee ya había vuelto al CAI en la temporada 90-91, con Mark Davis de segundo americano (sí, el de los 44 puntos de la segunda copa del Rey), una temporada en la que Paco Zapata era el 5 titular y todo era un delirio. Magee se arrastraba, no podía pelear con animales como Ramón Rivas o Stanley Roberts bajo los aros, pero seguía haciendo números tirando desde fuera y llevándose todos los rebotes fáciles. Se quedó entre los primeros en anotación y rebotes pero era una parodia de sí mismo. Luego se marchó a Italia y jugó unos años en la A2 de la Legga, donde hacía puntos a base de casta y oficio. Una mañana abrí el Heraldo de Aragón y me encontré la noticia de que el gran Kevin Magee había muerto en un accidente de tráfico. El hombre de la final del 83, la pantera negra, Kevin Magee había muerto. De todas maneras nunca me lo creí. Sé que Magee sigue, no sé muy bien dónde, en la CBA o en la primera división de Puerto Rico, esperando a que Jose Luis Rubio vuelva a tomar las riendas del CAI y lo llame de nuevo. Yo propongo dejar el príncipe Felipe para conciertos y volvernos todos al Huevo. Todos ganaríamos con el cambio.

7 comentarios:

  1. Recuerdo a Kevin Magee. Lo que le caracterizó era su mate de espaldas, ¿no?.
    Recuerdo a otro tipo que vino al CAI: Piculín Ortiz. (Tremendo nombre para un tiarron giagantesco y bigotudo)

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  2. El del mate de espaldas era Claude Riley

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  3. Que tiempos aquellos. Homicius llego a jugar en el CAI, no? Que pena lo de Sansegundo, fue una verdadera pena lo que le paso al chaval. Alguien sabe donde se mete Jose Luis Rubio ahora? que nostalgia, que grande era Maguee

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  4. Esta imagen es de un jugador de basketball, yo creo que re equivocaste un poco porque primero pones esta foto ahí y después empiezas a hablar de futbol, pienso que está muy raro.m10m

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  5. Realmente me gusta este sitio, me parece interesante saber mas acerca de este tema, sigue adelante y por supuesto cada vez que tenga tiempo lo chequeare de nuevo

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